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miércoles, 11 de enero de 2017

Relatos: Mujer invisible

Volví a sentarme en la butaca y me adentré en mi subconsciente. En tan solo un par de segundos conseguí ubicarme en mi despacho mental. Estaba tal y como lo había dejado la última vez. 

Sentado frente al escritorio miré la estantería de la derecha: mi ejemplar del Quijote no estaba, y mientras rememoraba mí entrevista con Hooker unos golpes en la puerta me devolvieron a la no realidad.

—Adelante.

La puerta del despacho se abrió y apareció Marcus, mi nuevo ayudante.

—¿Qué necesitas? —pregunté al verlo.

—¡Hola, señor Anathema! —saludó efusivamente con una sonrisa de oreja a oreja—. Traigo algo que puede interesarte.

—¿Estás seguro? —pregunté al tiempo que le indicaba que se sentara en una de las sillas que había junto al escritorio—. Tus últimas aportaciones han sido un tanto…

—Hoy es diferente —intervino sin dejarme terminar la frase—. Ya lo verá.

Se acercó a la mesa y movió ligeramente una silla para luego sentarse en la de al lado. Le observé en silencio mientras dejaba su inseparable agenda sobre el escritorio.

—¿Y bien? —quise saber al ver que no decía nada.

—Sí. Tiene razón —exclamó señalando la silla que segundos antes había movido—. Le presento a la mujer invisible.

—¿La mujer invi…? Debes de estar de broma…

—No, no. Pero comprendo su suspicacia. No la ve. Espera.

Marcus se quitó su americana y la colocó con cuidado unos centímetros por encima del respaldo de la silla.

—¡Cojones! —exclamé al ver flotar la chaqueta—. Espera, espera. ¿Me estás diciendo que va todo el día desnuda?

—Eh… —balbuceó ante aquella pregunta.

Marcus cogió la agenda y buscó entre sus páginas hasta dar con una hoja llena de anotaciones y releyó un par de líneas.

—Pues no sabría decirle… Está en una fase muy inicial.

—¿Tampoco puede hablar?

Mi ayudante me miró a los ojos y guardó silencio. Bajó la mirada avergonzado y volvió a revisar en la agenda. Tras hacer una mueca, cogió un bolígrafo y mirándome de reojo escribió algo en la esquina de la hoja que acababa de leer.

—¡Al fin! —exclamó una voz femenina que surgió cerca de la americana flotante—. ¿Estás tonto o qué? Llevas dos días dándole vueltas a mi trasfondo y, ¿en ningún momento se te había ocurrido anotar mi capacidad para hablar?

Me levanté de la silla y me acerqué al perchero que había junto a la puerta, cogí uno de los sombreros que había y caminé hasta la estantería del fondo del despacho. Agarré una de las gafas de pega que formaban parte de la decoración y me acerqué a la silla donde la chaqueta continuaba flotando.

—Aquí tienes, ¿señorita…? —dije al tiempo que le hacía entrega del sombrero y las gafas.

Las gafas volaron hasta ponerse sobre la americana y luego el sombrero hizo lo propio colocándose sobre ellas.

—Gracias —contestó la voz—. Señorita nada… Tu ayudante se ha olvidado de esto también…

Me volví hacia Marcus y le miré con resignación.

—Tú y yo tenemos que hablar seriamente… Pero antes déjame hablar con nuestra nueva compañera —añadí volviendo a mirar la silla con la chaqueta, el sombrero y las gafas flotantes—. Puedes elegir tu misma el nombre que quieras, no hay prisa. Piénsalo bien.

—Numae —exclamó al instante.

—¿Perdón?

—Me llamo Numae. Lo tengo decidido.

Miré a Marcus esperando su reacción.

—¿A qué esperas?

—¿Qué? —contestó encogiéndose de hombros.

—¡Añade en tu agenda el nombre que ha decidido! —exclamé dándole una colleja mientras resoplaba y negaba con la cabeza.

Marcus se llevó la mano donde le había golpeado, pero tan rápido como reaccionó, escribió a gran velocidad el nombre en la parte superior de la hoja. Volví a mi silla y me aclaré la garganta.

—Volvamos al principio —comencé dirigiéndome a Numae—. Aparte de la ropa que te acabamos de dar, ¿llevas algo más puesto?

La mujer no contestó pero el sombrero y las gafas se inclinaron ligeramente hacia abajo.

—¿Ocurre algo? —quise saber.

—Estoy desnuda y tengo frío.

Me llevé las manos a la cabeza y miré por enésima vez a Marcus.


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